Se ha abierto el melón de Higgs

El descubrimiento del bosón de Higgs parece ser algo extraordinario. Aunque lo sugerente del hallazgo está en lo que desvele cuando sepamos utilizarlo. Al bicho le dicen la partícula de Dios. Y eso confunde a la peña, pues pone a Dios a remojo y le otorga carácter de materia, como si fuera un canto rodado. Es decir: resta divinidad a lo divino, le esquilma irracionalidad -que es condición indispensable del mito- y deshuesa su hechizo. A la vez trae la sospecha de que el mundo, y nosotros, somos resultado de un azar ciego. Cosa que ya nos temíamos.

Con el bosón a mano se avanzará en descubrir si este planeta nace de una fábula o de un bombazo. De una manzana mordida con vicio o de un chimpancé que se fue desmesurando. Aunque a esta hora conviene la fábula, y hasta que escampe que nadie demuestre lo contrario. No está la vida para ponerse a contemplar las grandes magnitudes del tiempo por su lado más chungo, más arcano.

El descubrimiento de Higgs es la prueba del algodón de las supersticiones. Una operación perfecta de la ciencia básica para explicar qué hay más allá de un Papa que se saca palomas de las manos. Este periódico venía ayer tocado en lo alto de la portada con una frase de Pasteur: «Un poco de ciencia nos aleja de Dios, pero mucha nos devuelve a Él». Aunque si leemos con cierta libertad podemos interpretar también que toda verdad requiere de una cierta fe, pero la fe no requiere de ninguna verdad. Y que entre lo verdadero y lo falso siempre sobresale lo vivido.

La ciencia es un viejo recelo del hombre desarrollado contra las religiones. Pero ambas tienen cosas en común: permiten llegar muy lejos en todo sin mayor esfuerzo visible. Con lo de Higgs vamos a abrir un inédito melón de carretera. Ya verás qué zumba va a caer como la partícula dé positivo. Dos milenios de guerras religiosas para nada. La Biblia, el Corán y la Torá a los anaqueles de ficción... El Códice Calixtino, ahora que ha salido del garaje, convertido en una guía de Lonely Planet, ya sin misticismo... (Por cierto, la fabulosa historia de este robo merecía un ladrón mejor que ese chispas revirado).

Uno admira la ciencia porque no promulga la estancia en el mundo como un atroz rito de paso. Y para un hipocondríaco es mucho. Resulta envidiable ver que los mejores países son los que apuestan por la investigación y los rieles del progreso. Luego están los otros: los de Eurovegas, la procesión, el oeoé del fútbol y el bronceado.

Comentarios